“Hay que dejar espacios para el amor y el disfrute”, entrevista a Thom Wall
Una entrevista con Malabares en su Tinta
En el espacio de tiempo entre los dos shows de Totem en los que ese día tiene que actuar, en un gran traíler-restaurante, nos recibe Thom Wall (EEUU, 1987). Mientras picotea, Thom se muestra divertido, amigable y muy entusiasta, reflejo de una persona que ama lo que hace y que parece estar dispuesto a compartir esa ilusión con todo el que le rodea. Siempre abierto a conocer a los malabaristas de los sitios donde viaja, charlar con Thom se hace muy ameno y enriquecedor. Con él hablamos de su biografía y su situación actual en el Circo del Sol.
Thom se aficiona a los malabares al mudarse a St. Louis, Misouri, una ciudad del medio-oeste americano. Allí, en un club de malabares, aprende lo básico y comienza a asistir a festivales y a hacer pequeñas actuaciones. Realiza una audición para la Escuela de Circo de Quebec (Canadá), pero es rechazado. Decide, por tanto, centrarse en sus estudios y asiste a la universidad local realizando una licenciatura en Literatura Alemana, “en realidad, estaba más interesado en el idioma. Me gustaba el alemán desde el instituto, junto con el español, que me parecía útil. Quise combinar ambos idiomas en la universidad, junto con asignaturas de árabe, portugués, psicología, pedagogía, etc. En un momento dado me dijeron que para poder licenciarme y mantener la beca tenía que escoger asignaturas de literatura alemana. Fue interesante, pero no me apasionaba, por lo que hacía muchos malabares, entrenaba, iba a encuentros, etc”, explica Thom.
“Cuando terminé e intenté conseguir un trabajo con mi licenciatura en alemán me di cuenta de que tenía que buscar otras salidas”, recuerda entre risas. Así empezó un periplo en el que trabajó como monitor de campamento donde se hacían malabares, en un show alternativo compartiendo gira con tragasables y faquires, etc; así vio que podía vivir del circo. Se sacó el título CELTA (Certificate for Teaching the English Language To Adults) de la Universidad de Cambridge para poder ser profesor de refugiados en EEUU. Teniendo ya comprometido un destino, en el último momento fue rechazado. Es entonces cuando se muda a Vermont y entra en NECCA (New England Center for Circus Arts), una pequeña escuela donde realizó un programa de entrenamiento de un año y creó un número de bolas. Una vez terminado, con 25 años, volvió a echar la solicitud para la Escuela de Quebec, siendo nuevamente rechazado.
Como explica en su blog, estos rechazos le ayudaron a crecer y a esforzarse más en su carrera profesional. “Además, su estilo es muy contemporáneo, no creo que si hubiese estado en Quebec estaría haciendo las mismas cosas ahora. Hay cosas que no puedes aprender en la escuela, que sólo se aprenden probando y fallando”; y recuerda entre risas una anécdota: “el primer espectáculo de calle que hice en mi vida salió tan mal que al terminar le devolví el dinero al público de lo avergonzado que estaba. No niego que [la escuela] es una gran experiencia, pero hay cosas que se aprenden de otra forma”.
Señalado sobre las peculiaridades del mercado circense en EEUU, explica: “en las escuelas parece que pretendan que vivas de un número de 7 minutos, pero en realidad necesitas algo mucho más largo y que resulte entretenido al público americano, con más conexión humana. El humor es un gran vehículo para lograrlo, eso sí, sin detrimento de la calidad técnica”. Y completa: “para otro tipo de shows apenas hay espacios, quizá algunos teatros o salas, pero muchos buenos malabaristas americanos han tenido que emigrar a Europa a buscar una línea más artística, como Wes Peden, Tony Pezzo o Jay Gilligan”.
Interesado desde el principio en la historia del malabarismo y en utilizar objetos peculiares en sus espectáculos, Thom lo ve como una especie de arqueología: “hay trucos clásicos que ya nadie hace, como los malabares con 6 platos (…), quizá porque la única forma de estudiarlos y aprenderlos es leyéndote libros y mirando viejas fotos. Hay muchas cosas por redescubrir, cuantos más libros lees, más te interesa”. De hecho uno de los últimos shows de Thom, On the topic of juggling, habla de los malabares y su historia. Es por eso que Thom es uno de los pocos artistas en activo que trabaja con el mouthstick (aparato de madera que se introduce en la boca y con el que se mantienen otros objetos en equilibrio). “Una vez trabajé con un artista ruso que lo hacía y me gustó, además, muy poca gente lo hace en EEUU, por lo que eso me beneficia de cara a posibles contrataciones. Me fabrico yo todos los aparatos con los que actúo, me llevó unos 6 meses conseguir mantener una copa sobre el palo, es muy difícil”.
Tras una temporada trabajando en parques de atracciones (incluido en Corea del Sur) y con sus shows personales por todo EEUU, Thom recibe en 2013 una llamada del Circo del Sol. “Me llamaron para ir a Portland, donde estaba el show [Totem] entonces y me presentaron a Greg Kennedy, que es quien me había localizado como posible sustituto, y me dijeron: si dentro de 3 días haces 100 lanzamientos con 7 bolas dentro del cono, el trabajo es tuyo”. Lo consiguió y a las dos semanas estaba de gira. El número de Kennedy es de los pocos en el circo con copyright y es tan específico que tiene que repetir todo el número con los mismos lanzamientos, sin permitirle variarlo (aquí explica cómo fue el entrenamiento). “Por suerte tengo tiempo para entrenar otras cosas y hacer actuaciones en las semanas de descanso, ¡Incluso pude casarme [con la artista Chloe Walier] en noviembre entre la gira de Bruselas y Madrid!”.
También explica qué supone para un artista trabajar en el prestigioso Circo del Sol: “para mí es un trabajo, nada más. Tiene cosas buenas y malas. Por un lado es el sitio donde todo el mundo quiere actuar y no tienes que hacer trámites burocráticos. Por otro cada vez que fallo se anota y cada poco tiempo mandan un informe a Montreal sobre mis fallos o sobre mi maquillaje. (…) además, cuando se sustituye a un artista es por otro que hace exactamente lo mismo, los artistas parece que no existen. Es un negocio enorme, tienen que cuidar todo eso para que funcione”.
Thom mira el reloj, tiene que volver al camerino para maquillarse antes del show, es el octavo de esta semana y nos explica que con los horarios españoles, tan tardíos, los artistas están muy alterados, con muchas lesiones. Por suerte hay tiempo para plantearle una duda que se hacía él mismo hace tiempo: ¿El malabarismo es un hobby o un trabajo? “Ambas, es un trabajo como el de Totem, pero a la vez es un hobby porque sigo practicando cosas como el spinning que ahora mismo hago para mí, igual en un futuro los hago en el escenario, pero no ahora. Hay que dejar esos espacios de amor y disfrute, ya que el trabajo a veces te deja poco sitio”.